Desolado estoy al enterarme de que el gobierno de su Graciosa Majestad (no veo por qué vamos a ser menos que los británicos) ha decidido cerrar unos cuantos canales de la TDT. Nos hemos quedado, por ejemplo, sin la Familia Telerín yanqui propietarios de “La Casa de Empeños”, tan graciosos ellos, padre e hijo, y con dos nietos tan bovinos. Lo mismo se hacían con un manuscrito de Benjamin Franklin, un traje del escapista Houdini, un batidora de los años 60, o un juego de cartas de un auténtico tahúr del Missisipí, para envidia de Alfonso Guerra. Debo reconocer que eran mi distracción favorita a la hora de la cena.
Pero mi indignación no es por la ausencia de este programa, si no porque no se prohíba por ley (incluso injusta) bodrios del tamaño de “Sálvame”, “Entre todos” y demás ralea televisiva. Veo poca televisión y eso no me hace ni más listo, ni más alto, ni más guapo, pero estoy convencido que contribuye a preservar mi salud mental. Prefiero otros vicios y así evito, por ejemplo, escuchar al presidente del gobierno Mariano Rajoy decir que” vamos por el buen camino” con los datos del paro; o a la artista de la oposición Elena Valenciano asegurar que sus ídolos fueron “Jesucristo, después del Che Guevara y más tarde Felipe González”. Sospecho que el próximo será el presidente del Banco Central Europeo, ahora que va camino de Bruselas.
Por estos pagos canarios se estila más la programación de entretenimiento tipo “Tenderete” o “La Bodega de Julián”, a la espera de cualquier suceso para montar un especial informativo de agárrate y no te menees. Siempre hay quien defiende que en este caos de crisis económica sobran muchas televisiones autonómicas, pero los políticos siempre lo dicen cuando están en la oposición. Salvo la Radio Televisión Valenciana (RTVV) que cerró Alberto Fabra hace un tiempo, tras una gestión deplorable del PP, no recuerdo ningún otro caso.
De lo que no vamos librarnos en próximas fechas es del derbi canario, de la ración anual de Eurovisión y de final de la Champions, salvo que tengamos el valor de pasar quince días alejados de la caja tonta, algo tan improbable como que le toque a uno la primitiva sin jugar un boleto. Ánimo y no desesperen.
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