Ilustrados y con afecto

 

Lo mejor del concierto de ayer de  El Afecto Ilustrado en el Auditorio de Tenerife es que sales con una sonrisa tonta en la cara que se ve de lejos (ahora que por fin no son obligatorias las mascarillas) y con la certeza que haber presenciado algo único gracias al arte de un puñado de enamorados de la música barroca.

La propuesta musical para esta ocasión era un doble Stabat Mater que firmaron en su día Alessandro Scarlatti y Giovanni Battista Pergolessi respectivamente. No dejaba de ser algo original, pero no es lo mismo un vino de Rioja que un Ribera del Duero, por entendernos.

Con las primeras notas del grupo liderado por el violinista Adrián Linares y las aportaciones vocales de la soprano vasca Jone Martínez y del contratenor Hugo Bolívar ya estábamos transportados al ambiente del siglo XVIII, tiempo en el que fueron escritas las obras.

Resultaron brillantes las arias de la soprano y los duetos junto al contratenor quien tuvo el mérito de sustituir en pocos días al titular del concierto, Carlos Mena,  baja obligada por enfermedad. Bolívar cumplió con creces y la joven soprano hizo una interpretación vibrante y emotiva.

Es imposible no destacar al resto del elenco: Vadym Makarenko -violín II; Víctor Gil-viola; DiegoPérez-violonchelo; Ventura Rico-violone; Carlos Oramas-tiorba y Raquel García-órgano, todos ellos dirigidos por  el virtuoso violinista Adrián Linares que cimbrea su cuerpo como una prolongación de su violín en una interpretación -como casi todas las suyas- llena de emoción.

El afortunado púbico que se dio cita en la Sala de Cámara del Auditorio festejó con una ovación cerrada y varios ¡Bravo! cada una de las obras interpretadas. Imposible destacar una sobre otra. Un concierto para recordar y unos artistas para agradecerles su arte y seguir atentos a sus evoluciones.

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Luisa Fernanda pasea triunfal por Tenerife

Un momento de la zarzuela Luis Fernanda en el Auditorio de Tenerife. Foto. Auditorio/ Miguel Barreto

En esto de la zarzuela no suele haber medias tintas, o te encanta o la detestas. Ayer se dieron cita en el Auditorio de Tenerife los más entusiastas amantes de este género para asistir a la representación de  Luis Fernanda, del maestro Federico Moreno Torroba con libreto de Federico Romero Sarachaga y  Guillermo Fernández-Shaw, estrenada allá por el año 1932, es decir, en plena Segunda República Española.

El libreto cuenta una historia de amores no correspondidos, los del terrateniente Vidal Hernando (el barítono Pablo Gálvez)  por Luisa Fernanda (la soprano Virginia Tola) que en realidad bebe los vientos por el militar Javier Moreno (el tenor David Astorga) proclive a las faldas ajenas. Parte sustancial de la historia la protagonizan también la Duquesa Carolina (Carmen Mateo), Doña Mariana (Silvia Zorita); Luis Nogales (Alberto Camón) y Bizco Porras (Badel Albelo).

Ambientada en Madrid en la convulsa época previa a  la Revolución de 1868  que acabó con el reinado de Isabel II y propició su posterior exilio, los protagonistas de esta zarzuela viven al socaire de los ideales realistas o liberales, con cambios de bando persiguiendo amores mas que credos políticos, mientras la rueda del argumento gira en torno a Luis Fernanda, Vidal y Javier.

El barítono Pablo Gálvez en plena actuación. Foto: Auditorio de Tenerife/ Miguel Barreto

La obra tiene varios momentos destacados en forma de canciones que han trascendido en  la memoria popular  sobre todo de nuestros mayores. La habanera El Soldadito es una de ellas, lo mismo que la Mazurca de las sombrillas, así como Ay, mi morena. Todas fueron interpretadas brillantemente  por el elenco y aplaudidas sin recato por el público, entregado desde el primer momento con la obra e intérpretes.

Nos pareció entre lo más destacable la composición de la protagonista que hizo Virginia Tola; así como  la glamurosa duquesa a cargo de Carmen Mateo y sobre todo el trabajo impecable, brillante del barítono Pablo Gálvez dando cuerpo y voz al despechado Vidal. Fue quien más aplausos cosechó al final de la obra.

A gran nivel estuvo el trabajo del Coro de la Ópera de Tenerife, los músicos de la Sinfónica  y  los bailarines del Centro Internacional de Danza de Tenerife que participaron en la obra.

Como curiosidad, uno recuerda en su niñez la versión pop que de la canción El Soldadito hiciera el grupo La Compañía, lo que no sabemos es si al maestro  Moreno Torroba le hizo mucha gracia.

 

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Sublimes Daniel Raiskin y la Sinfónica de Tenerife

Daniel Raiskin y la Sinfónica de Tenerife recogen los aplausos del público.Foto. Auditorio de Tenerife/ Miguel Barreto

La Sinfónica de Tenerife parecía tenerlo crudo. La selección de fútbol española disputaba, casi a la misma hora del concierto, un encuentro con Portugal en el Mundial de Rusia. Lo más optimistas auguraban una floja entrada para el concierto, pero la verdad es que el Auditorio de Tenerife registró una apreciable presencia de público para el evento   «disputado» ayer. También pesaba a favor de la orquesta el programa: la 5º Sinfonía de Ludwig Van Beethoven y la Sinfonía nº 4 de Piotr Ilich Chaikovski, o lo que es lo mismo dos pesos pesados en la historia de la música.

A pesar de que poco antes de que comenzara el concierto escuchamos el eco apagado de un «Gooool» desde el interior del Auditorio, las dudas sobre el concierto se disiparon cuando la orquesta, con Daniel Raiskin al frente, acometió los primeros compases de la arichiconocida melodía de la 5ª Sinfonía de Beethoven. Sonaba de impresión. Y así transcurrió  toda la interpretación de la orquesta  bajo una dirección vigorosa, entregada, elegante y muy física del director ruso.

En ocasiones, director y orquesta se funden en una sintonía que traslada la emoción de la música al público y ayer, sin duda, fue una de ellas. Conmocionado por la ejecución de la obra el público batió las palmas con ganas y obligó al director y orquesta a repetidos saludos para recoger los aplausos, mientras Raiskin secaba su frente perlada de sudor. La primer parte de la velada fue magnífica.

El director Daniel Raiskin dirigiendo a la Sinfónica de Tenerife. Foto. Auditorio/ Miguel Barreto.

En el descanso evité a los compatriotas, no fueran a comentarme el resultado del partido de fútbol que tenía previsto visionar tras el concierto, así que pregunté a un grupo de veteranos aficionados alemanes qué les pareció la interpretación de la obra de Beethoven, su paisano, y me hicieron gestos de aprobación. Mi alemán, la verdad, no da para mucho.

Si la primera parte de la tarde-noche fue estupenda, la orquesta y director mantuvieron el nivel en la obra de Chaivkoski: emoción, sonoridad compacta y un pizzicato en el tercer movimiento en el que daba gusto mirar la cara de los músicos porque disfrutaban de su propia interpretación.

Pocas veces hemos escuchado en esta temporada tantos ¡bravo! del público que puesto en pie despidió a los profesores y al director Daniel Raiskin en un concierto para recordar. Estuvieron sublimes.

 

 

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La fiesta de la música

Los alumnos de la escuela La Garrapatea en el concierto del domingo.

Hay que ser un inconsciente o bien un amante sin fronteras de la música y su enseñanza para subirse al escenario del Auditorio de Tenerife con una tropa de casi dos centenares de niños entre los cuatro y los catorce años, y celebrar un concierto. Me inclino por la segunda opción, no obstante, visto lo acontecido en la mañana del pasado domingo.

Los alumnos de la escuela de música La Garrapatea de Santa Cruz de Tenerife, repitieron un rito anual como colofón del fin de curso, consistente en la interpretación de varias piezas orquestales en algunos casos y en compañía del numeroso coro infantil en otros.

Así pudimos escuchar temas como Claroscuro y Estudio en Re de Celia Montelongo; una divertida versión del conocido tema The entertainer, de Scott Joplin, que popularizó en los años 70 la película «El Golpe»; mientras que la Orquesta Premium mostró su buen hacer en temas como Los Naranjos de Gonzalo Cabrera; Feed the birds; una estupenda suite de la película La La Land y sobre todo con un magnifica versión del Vals nº 2 de la suite de Jazz de Dimitri Shostakovich.

Por si esto fue poco, la Orquesta y  el Coro de La Garrapatea  protagonizaron la última parte de la velada con los ritmos africanos de Olelé Maliba Masaki; Yembelé y con una traca final con un fragmento de Chim Chim Cher-ee  (de la película Mary Poppins) y  el colofón con el clásico del soul Stand by Me  que hizo moverse de los asientos al patio de butacas para seguir el ritmo y las palmas de los pequeños intérpretes. Una gozada.

No exagero si digo que el evento fue uno de los más concurridos de toda la temporada en el Auditorio. Y se dirán: «claro, estuvieron los padres y familias de los pequeños intérpretes.» Por supuesto, solo que además de acompañar a sus hijos y  después de  soportar estoicamente los ensayos caseros durante meses, pudieron observar cómo con poca edad se puede manejar un instrumento, como el violín, sin necesidad de tener el talento de un Mozart o un Paganini.

Eso es lo que procura La Garrapatea, y la sabia enseñanza de sus principales promotores Gonzalo Cabrera e Inmaculada  Marrero, reputados músicos, como lo son los profesores de los niños en distintas disciplinas, es decir Raquel Herrero, Elena Botín, Cristina Coronado, Andrea Rodríguez, Celia Montelongo, Iballa Suárez y  Silvia Díaz.

Hay que reconocer los méritos  y el esfuerzo de los pequeños, porque los niños y niñas de la escuela más allá de si harán carrera musical, disfrutan ahora con una actividad que les abre la mente y permite adquirir destreza en una lenguaje que les acompañará toda su vida.

Enhorabuena a todos.

 

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Emotivo homenaje a Luis Cobiella

La OST, con Candelaria González y Víctor Pablo Pérez. Foto. Auditorio de Tenerife/ Miguel Barreto

Con permiso de Gustav Mahler  el protagonismo del concierto que el viernes ofreció la Sinfónica de Tenerife  fue para  el compositor Luis Cobiella Cuevas (Santa Cruz de La Palma 1925-2013), personalidad indispensable en la reciente  historia cultural de La Palma.

El programa dispensaba al público asistente al Auditorio de Tenerife  una golosina del compositor palmero en forma de Cinco canciones para soprano y orquesta, con una magnífica orquestación del maestro Armando Alfonso. Fue la soprano tinerfeña Candelaria González quien puso su magnífica voz al servicio de las canciones:  Décimas del mar amor; Nana del Caballito; Nana para dormir la pregunta de Tchaikosky; Un cisne de ternura y Vengo de amores herido. La interpretación de la soprano fue precisa, emocionante y conmovedora. Imposible mejor elección para interpretar las canciones de Cobiella.

El público apreció la interpretación de las obras de Cobiella y premió a los interpretes con una prolongada ovación, correspondido con el reiterado saludo de la orquesta y de la soprano; mientras que el director, el gran Víctor Pablo Pérez, con una sonrisa de plena  satisfacción, enarbolaba las partituras del maestro palmero.

Nos imaginamos la emoción en el patio de butacas de Concha Capote, viuda  de Luis  Cobiella, y  también de su hija María. Seguro que rodaron lágrimas por sus mejillas.

Victor Pablo Pérez conduciendo a la OST. Foto: Auditorio de Tenerife/ Miguel Barreto

Sin posibilidad del descanso habitual que da para comentarios, chismorreos y refrigerios apresurados, Víctor Pablo Pérez dispuso a la orquesta para interpretar la  Sinfonía nº4 en Sol mayor de Gustav Mahler. Y lo hizo con la energía que le caracteriza recorriendo  los matices que contiene la obra y conduciendo a la orquesta a través de los cuatro  movimientos, dejando a los músicos exhaustos, posiblemente, por la dificultad de la creación, que tuvo otros dos momentos llenos de emoción: al interpretar la soprano la canción Vida Celestial y cuando las manos del director sostuvieron un silencio conmovedor como final de la sinfonía. La ovación del público fue atronadora.

A la salida tropezamos con algunos palmeros ilustres como el presidente del Cabildo de La Palma, Anselmo Pestana, o la diputada Guadalupe Gonzalez  Taño, así como familiares de de Luis Cobiella que no quisieron perderse la oportunidad de escuchar las obras del compositor en el Auditorio de Tenerife. Hicieron bien porque lo van a recordar por mucho tiempo.

 

 

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Una Traviata con aroma tinerfeño

Francos Castor y Milica Ilic en un momento de La Traviata. Foto: Auditorio Tenerife/ Miguel Barreto

Puede que fuera el formato –Ópera Pocket– pero lo cierto es que ayer en el Paraninfo de la Universidad de La Laguna parecía uno sentirse como en casa. Llenos el patio de butacas y los palcos, en los minutos previos vimos poca gente endomingada y sí alguna escena de ambiente familiar, como la señora que aprovechó la espera para el  inicio de la función provista de agujas de tejer dando forma, con puntos del derecho y del revés, a lo que nos pareció de lejos una manga o un bufanda, en este último caso muy apropiada para sobrevivir a las primaveras  laguneras.

Sobre el escenario nos esperaba la representación de la ópera más famosa de Giuseppe Verdi, La Traviata, con un elenco destacable: la soprano  Milica Ilic en el papel de Violetta; Francesco Castoro como Alfredo Germont; Daniele Terenzi como Giorgio Germont, todos ellos como pesonajes principales junto a cantantes como el lanzaroteño Borja Molina o la conejera Maria José Torres. El Coro y la Orquesta de la ópera de Tenerife, estaba dirigida por Alessandro Palumbo, mientras la dirección escénica llevaba la firma del también tinerfeño Alejandro Abrante.

Uno tuvo la sensación de que el público quizá deslumbrado por el bello escenario, y el deslumbrante vestuario de los intérpretes, no entró en ambiente hasta la llegada de la famosa aria Libiamo ne’lieti calici (Brindis). A partir de ese momento, al inicio de la obra, Milica Milic fue dejando sobre le escenario una interpretación bella, sentida, a veces emocionante, cerrada con un estremecedor  Addio del passato  que provocó una ovación encendida.

El tenor Francesco Castoro, en su papel de enamorado y despechado Alfredo fue un buen contrapunto de la bella Violetta, con una estupenda interpretación del aria Lunge da lei…De’ miei bollenti spiriti, así como el los dúos con la soprano.

Francesco Castoro (sentado)y Daniele Terenzi. Foto. Auditorio de Tenerife/Miguel Barreto.

Quizá fue el barítono Daniele Terenzi quien más cuerpo dio a su personaje, tanto en los  pasajes con  su «hijo» Alfredo como en los compartidos con Violetta. Sus intervenciones fueron espléndidas y muy celebradas por el público.

El coro y la orquesta no desmerecieron en absoluto el gran nivel artístico y musical de la ópera, que tras tres horas, con sus correspondientes descansos para facilitar los cambios de escenario y vestuario, bajó el telón entre una  larguísima ovación y ¡bravos! con el que público, por cierto muchos de ellos jóvenes, dejó clara muestra de su satisfacción.

A la salida chispeaba, la temperatura era muy fresquita y me acordé de la tejedora.

 

 

 

 

 

 

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Marimbeando

Leigh Howard Stevens durante el concierto. Foto: Auditorio Tenerife/ Miguel Barreto

Que conste que marimbeando no figura en el diccionario de la Real Academia Española, pero como se encuentran otros términos como friki, por ejemplo, me permito esta extravagancia como aportación desinteresada a la RAE y me sirve para expresar lo vivido en el concierto que ayer ofreció el maestro Leigh Howard Stevens en el Auditorio de Tenerife, dentro del IX Festival de Música Contemporánea de Tenerife.

El público que asistió al concierto se dividía entre entusiastas del músico, un grupo de estudiantes que asistieron a las clases magistrales que el profesor llevó a cabo en dos días precedentes; los amantes de este instrumento y un grupo de melómanos aficionados que acudían por primera vez a un recital de estas características, según me confesaron varios de ellos. También vimos a percusionistas de la Sinfónica de Tenerife.

El caso es que el programa del concierto varió, porque el músico explicó que iba a comenzar con un tema titulado Time Marimba del compositor japonés  Minoru Miki,  y cuya ejecución  dejó bien a las claras la técnica particular del maestro con las cuatro baquetas. Más reconocible para neófitos resultó la siguiente pieza, la adaptación de una corta zarabanda de Johann Sebastian Bach, a la que siguieron tres preludios que el compositor  norteamericano Raymond Helble compuso expresamente para Leigh Howad Steven a finales de los años 70 del pasado siglo.

Leigh Howard Stevens en plena actuación. Foto: Auditorio tenerife/ Miguel Barreto

Sin descanso y con un público cada vez más entregado, el músico continuó con otra  pieza firmada por Bach y se encaminó hacia la recta final del concierto con dos obras de su cosecha. No es que Leigh Howard Steven sea un prolífico compositor (no lo decimos nosotros, lo confesó él mismo en la presentación de las piezas) pero lo cierto es que resultó un broche magnífico para un recital genuino.

La primera de ellas lleva por título Houdini Last Trick, en homenaje al legendario ilusionista y escapista Harry Houdini. La obra llena matices y sugerente fue premiada con una gran ovación. El punto y final del concierto, en este caso, fue la interpretación de una de las piezas más populares de este virtuoso de la marimba que lleva por título Rhythmic Caprice y que constituye una muestra de la versatilidad de este instrumento tocado, eso si, por manos sabias.

La maestría musical junto a la simpatía personal hicieron que al final del concierto muchos jóvenes admiradores quisieran hacerse una foto con el músico, a lo que accedió complacido, como complacido salió el público del concierto.

 

 

 

 

 

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Primavera consagrada

La OST y los solistas interpretando a Bartók. Foto: Sinfónica de Tenerife / Miguel Barreto.

Una de las acepciones que recogen los diccionarios del término consagración hace referencia a: «dedicación de esfuerzo, trabajo, entusiasmo y sacrificios para conseguir un fin, generalmente noble». Mucho de esto hubo el viernes sobre el escenario del Auditorio de Tenerife. El programa de la velada llevaba por título Consagración y hacía referencia obvia a una de las obras más conocidas  de  Igor Stravinsky que interpretó la Sinfónica deTenerife, junto a las Sinfonías de instrumentos de viento, del mismo autor y el Concierto para dos pianos y percusión, de Béla Bartók.

Por cuestiones logísticas hubo cambios de orden en el programa y es que mover dos pianos de cola en pocos minutos es cosa de titanes. El caso es que fue la obra de Bartok la que rompió el fuego musical con la intervención de cuatro grandes solistas tinerfeños: los hermanos Francisco y Emilio Díaz Martín a las percusiones; y al piano Javier Negrín y Gustavo Díaz Jerez que esa misma semana había sido nombrado académico de la Real Academia Canaria de Bellas Artes.

La Sinfónica y los cuatro solistas transitaron por la obra de Bartók, estrenada como sonata en 1938, con una conjunción impecable e indispensable para la interpretación del concierto. Brillantes estuvieron los pianistas  Javier Negrín y  Gustavo Díaz Jerez, así como como los hermanos Francisco y Emilio Díaz y también Edmon Colomer bajo cuya batuta llegó a buen puerto esta obra que evoca tensión, con melodías apenas esbozadas, contrapuntos y donde la percusión lo envuelve todo.

El público premió la interpretación con grandes ovaciones que los músicos recibieron con satisfacción indisimulada.

Edmond Colomer y la Sinfónica de Tenerif. Foto: Sinfónica de Tenerife/ Miguel Barreto

Nos fuimos al descanso. Una señora muy acicalada se preguntaba porqué los pianos no se habían puestos enfrentados en lugar de en paralelo ya que los pianistas daban la espalda a la audiencia. Mientras reflexionaba sobre esta cuestión, sin tener respuesta, nos preparamos para la doble sesión de Stravinsky.

Como su nombre indica la Sinfonía de instrumentos de vientos estuvo protagonizada por veintitrés músicos de la orquesta, con ausencia de cuerdas, que supieron reproducir la esencia de la obra compuesta en 1920 y revisada posteriormente por su autor, como homenaje a su admirado maestro Claude Debussy. Hubo lluvia de aplausos para los músicos y  algún ¡bravo! proveniente de la parte alta del auditorio, donde al parecer se concentró el club de fans de la sección de viento, casi todos ellos jóvenes. Merecieron el premio.

El plato fuerte de la tarde-noche lo constituía La Consagración de la Primavera, de Igor Stravinsky compuesta en 1913 como encargo para los ballets rusos del gran  empresario Serguéi Diáguilev, entre cuyos bailarines se incluían los míticos Vaslav Nijinsky y  Anna Pávlova.

Es una obra ahora muy reconocida pero en su día constituyó una ruptura con las modas  de composiciones anteriores. Cuentan que el día de su estreno en el  Teatro de los  Campos Elíseos, en París, se montó una bronca fenomenal por un público que no acababa de entender lo que escuchaba. No fue este el caso de la interpretación de la Sinfónica de Tenerife. La Consagración exige una concentración sin desmayo por parte de los músicos, no en vano se considera una de las partituras más importantes del pasado siglo, mientras demanda al público una atención constante por su variedad sensorial. Un desafío resuelto  con lucimiento por un impecable Edmon Colomer, que dirigió la obra de memoria, sin partitura, como hizo durante toda  la noche.

No hubo bronca, sino aplausos sinceros para una orquesta que se retiró cansada                      – suponemos- pero con la satisfacción de ver recompensado su esfuerzo, trabajo y entusiasmo. El que requiere la obra inmortal de Igor Stravinsky.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Testimony, autobiografía de Robbie Robertson

Las autobiografías suelen ser tramposas y Robbie Robertson extraordinario  guitarrista  y excelente compositor ha dejado en Testimony su particular y respetable visión de muchos años de carrera musical en compañía de un grupo de músicos excepcionales, como Ronnie Hawkins, Bob Dylan y sobre todo con Levon Helm, Rick Danko, Garth Hudson y Richard Manuel, o lo que es lo mismo The Band.

En cualquier caso la autobiografía de Robbie Robertson (Toronto, Canadá,1943) resulta muy interesante. Cuenta los inicios de este gran artista, hijo de judío e india americana, en la escena musical con apenas 16 años, su incorporación como guitarrista en la banda de Ronnie Hawkins en compañía de sus amigo del alma Levon Helm, sus extenuantes giras por  la Norteamérica profunda en garitos y bares cuya reputación no hubiera soportado una crítica loable de Trip Advisor de haber existido entonces.  Sin duda fueron años duros de aprendizaje sobrellevados por la juventud y ganas de vivir como músico profesional.

Testimony recoge anécdotas jugosas de la vida en carretera y también de la personal de Robertson y del hito que supuso su encuentro con Bob Dylan a mediados de los 60 y su participación en la grabación del mítico álbum Blonde on Blonde y en la gira que recorrió el bardo de Minnesota por medio mundo, y en la que el público rechazó concierto tras concierto el hecho de que Dylan electrificara su cancionero. Había que tener arrestos para aguantar aquello y Robertson junto a varios colegas que acompañaron a Dylan y luego formaron The Band los tuvieron.

El nacimiento de The Band, la grabación de su primer disco y su participación en grandes eventos como los conciertos de Woodstock, o la Isla de White son también parte del camino  que recorre la autobiografía. Sin duda que algunas de las partes más interesantes del libro son las aventuras con el grupo que consiguió fama y gran crédito entre en el propio estamento musical porque nunca obtuvieron gran predicamento en las listas de éxito.

Robertson desgrana las grabaciones de los discos, las giras, algunos aspectos de su vida personal y no excluye su relación con las drogas ni la de sus compañeros Manuel, Helm y Danko. Ofrece un relato sobre el cansancio que llevó a disolver el grupo en 1976 con una gran concierto en el Winterland de San Francisco, El Último Vals , que el director Martin Scorsese rodó para la posteridad.

Robertson acaba su autobiografía con ese evento, pero no aclara porqué su otrora amigo íntimo Levon Helm le acusó de acaparar injustamente la autoría de las canciones (y los royalties), ni tampoco porqué no asistió al funeral de Richard Manuel en 1986, aunque luego le dedicó una canción en su primer disco en solitario.

A pesar de los asuntos pendientes,  Testimony es  un relato muy ameno, una buena muestra de la vida y milagros de uno de los músicos más relevantes de las décadas de los 60 y 70, capitaneando un grupo que dejó para la posteridad canciones como The Weight, The Night They Drove Old Dixie Down, Up On Cripple Creek, Ophelia, Acadian Driftwood y Life is a Carnival que no es moco de pavo.

Aquí una muestra del talento de The Band.

 

 

 

 

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Un viaje sinfónico hispano-ruso

Simone Lamsma al violín y el director Daniel Raiskin en un momento del concierto. Foto: Auditorio Tenerife/ Miguel Barreto

La velada llevaba por título «De España a Rusia» y no se trataba de un aperitivo del próximo mundial de fútbol, que todo llegará, sino de un estupendo programa que ofreció ayer la Orquesta Sinfónica de Tenerife en el Auditorio de la capital, con obras de  Turina,  Prokófiev y  Shostakovich.

La Procesión del Rocío es un poema sinfónico que el maestro  Joaquín Turina compuso en 1912, lleno de alegría, luminosidad, evocador de paisajes y sonoridades españolas, amén de contener unos compases de la Marcha Real.  La Sinfónica interpretó de forma brillante la obra bajo la dirección briosa de Daniel Raiskin. La jornada hispano-rusa no pudo comenzar mejor.

El programa nos trasladó después a Rusia, o mejor dicho a uno de sus compositores más reconocidos como es  Sergéi Prokófiev, cuyo Concierto para violín y orquesta nº 2 en Sol menor protagonizó la violinista holandesa Simone Lamsma. El concierto que curiosamente fue estrenado en el Teatro Real de Madrid en 1935, sirvió de forma perfecta para que la violinista hiciera una demostración de su gran técnica y capacidad para transmitir emociones de forma brillante y sentida, arropada por una orquesta cuya interpretación fue  acorde con el nivel de la solista. Simone recibió una entusiasta ovación al término de la obra y generosa regaló al público una propina con la firma del gran Eugène Ysaÿe. Solo por esta delicatesen merecía la pena el concierto.

Llegamos al descanso con la sensación de estar asistiendo a un gran evento aunque el ambiente era frío en el hall del Auditorio, no diría que siberiano, pero casi, gracias a las gélidas corrientes de aire habituales. Hubo quien tomó un Cola-Cao para entrar en calor. No es broma.

Pero hubo más y mejor, si cabía esperar. Nos aguardaba la Sinfonía nº5 en Re menor de Dimitri ShostakovichLa obra que compuso en 1937 el director sirvió para regenerar en parte las feroces críticas que cosechó pocos años antes su ópera  Lady Macbeth de Mtsensk, por la que fue acusado de populista y snob que en aquellos tiempos de las purgas de Stalin podía acabar con tu carrera o con tu vida.

Daniel Raiskin dirigiendo a la Sinfónica de Tenerife Foto: Auditorio de Tenerife/ Miguel Barreto

La sinfonía de Shostakovich dividida en cuatro movimientos ofrece pasajes líricos, los menos, dramáticos, nostálgicos o abrumadores como los incluidos en el tercer y cuarto movimiento que según algunas interpretaciones históricas son un homenaje a las víctimas del terror estalinista que también sufrió durante casi toda su vida el compositor ruso. El caso es que la orquesta estuvo impecable, sentida en la ejecución de la obra y cosechó una tormenta de aplausos acorde con la sonoridad de la sinfonía. Especialmente celebrada fue la dirección de Daniel Raiskin, reconocido como pocas veces hemos visto por los propios músicos de la Sinfónica. Merecido elogio, sin duda.

Así concluyó el viaje sinfónico «De España a Rusia», el futbolero será el mes que viene y será harina de otro costal.

 

 

 

 

 

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