
Daniel Raiskin y la Sinfónica de Tenerife recogen los aplausos del público.Foto. Auditorio de Tenerife/ Miguel Barreto
La Sinfónica de Tenerife parecía tenerlo crudo. La selección de fútbol española disputaba, casi a la misma hora del concierto, un encuentro con Portugal en el Mundial de Rusia. Lo más optimistas auguraban una floja entrada para el concierto, pero la verdad es que el Auditorio de Tenerife registró una apreciable presencia de público para el evento «disputado» ayer. También pesaba a favor de la orquesta el programa: la 5º Sinfonía de Ludwig Van Beethoven y la Sinfonía nº 4 de Piotr Ilich Chaikovski, o lo que es lo mismo dos pesos pesados en la historia de la música.
A pesar de que poco antes de que comenzara el concierto escuchamos el eco apagado de un «Gooool» desde el interior del Auditorio, las dudas sobre el concierto se disiparon cuando la orquesta, con Daniel Raiskin al frente, acometió los primeros compases de la arichiconocida melodía de la 5ª Sinfonía de Beethoven. Sonaba de impresión. Y así transcurrió toda la interpretación de la orquesta bajo una dirección vigorosa, entregada, elegante y muy física del director ruso.
En ocasiones, director y orquesta se funden en una sintonía que traslada la emoción de la música al público y ayer, sin duda, fue una de ellas. Conmocionado por la ejecución de la obra el público batió las palmas con ganas y obligó al director y orquesta a repetidos saludos para recoger los aplausos, mientras Raiskin secaba su frente perlada de sudor. La primer parte de la velada fue magnífica.
En el descanso evité a los compatriotas, no fueran a comentarme el resultado del partido de fútbol que tenía previsto visionar tras el concierto, así que pregunté a un grupo de veteranos aficionados alemanes qué les pareció la interpretación de la obra de Beethoven, su paisano, y me hicieron gestos de aprobación. Mi alemán, la verdad, no da para mucho.
Si la primera parte de la tarde-noche fue estupenda, la orquesta y director mantuvieron el nivel en la obra de Chaivkoski: emoción, sonoridad compacta y un pizzicato en el tercer movimiento en el que daba gusto mirar la cara de los músicos porque disfrutaban de su propia interpretación.
Pocas veces hemos escuchado en esta temporada tantos ¡bravo! del público que puesto en pie despidió a los profesores y al director Daniel Raiskin en un concierto para recordar. Estuvieron sublimes.