Si me hubiera encontrado con Umberto Eco en por las calles de Bolonia, cosa harto difícil porque nunca he viajado hasta esa ciudad, le hubiera dado las gracias por haber escrito una de las novelas que más me impactaron con su lectura: El Nombre de la Rosa. Los estudiantes de periodismo de principios de los 80 ya sabíamos del profesor, filósofo, semiólogo y novelista porque algunos de sus ensayos, como Apocalípticos e Integrados, era material indispensable en las clases de la semiótica. Recuerdo también, antes de que se publicase en España, como el profesor Jose Antonio Mingolarra, de la UPV, nos contaba con entusiasmo que se iba a editar una novela maravillosa del gran Umberto Eco y que sin duda recomendaba su lectura.
Pasó cierto tiempo y con la novela en la mano, llegué a la conclusión de que Eco era, además de un erudito, un poco retorcido: El Nombre de la Rosa era un relato detectivesco con guiños al Sherlock Holmes de Conan Doyle (el protagonista se llama Guillermo de Baskerville), a Jorge Luis Borges y estaba trufado de expresiones latinas, que a menos de que hubiera estudiado latín en el bachillerato (como en mi caso) y además estuviera provisto de un diccionario, te quedabas con las ganas de que saber lo que decían aquellas expresiones, aunque no eran imprescindibles para la lectura de la novela.
Harto de recibir cartas de lectores que le preguntaban por tal o cual significado de ciertos pasajes de la novela, Eco escribió poco tiempo después un librito titulado Apostillas a El Nombre de la Rosa, que no aclaraba nada y venía a decir que no iba a explicar todos los misterios e interpretaciones que los lectores deseaban conocer, porque precisamente-supongo- es parte del encanto de cualquier escrito y más de una novela como la del profesor de Bolonia.
No era fácil en aquellos años, seguir la estela de Eco, no concedía entrevistas mas que a cuentagotas y se dedicaba plenamente a sus tareas como profesor mientras publicaba ensayos algún artículo en prensa y pergeñaba otras novelas.
Salvo la película del mismo nombre dirigida por Jean Jacques Annaud, e interpretada por Sean Connery que obtuvo gran éxito y recoge una pequeña parte del prolijo relato de Eco, no tuvimos más noticias del profesor y lo cierto es que los más ingenuos esperábamos otra novela de corte similar, pero nada de eso ocurrió. Umberto Eco publicó El Péndulo de Foucault que era una critica feroz al esoterismo en tono erudito y ambientada en la época de los templarios. Otras de las novelas que leí años más tarde fue El Cementerio de Praga, un relato complejo y a veces enmarañado, según mi modesto parecer, que encerraba una crítica a los servicios de espionaje en la historia y la invención del antisemitismo moderno.
Lo último que cayó en mis manos, hace pocos meses, fue su novela Número Cero que con humor y mala leche a raudales hace una crítica feroz de la profesión periodística y de las cloacas en las que conviven muchos comunicadores y políticos, con la extorsión como moneda de cambio. Sublime denuncia del periodismo canalla que tanto abunda en estos tiempos.
Cuentan las necrológicas, que Umberto Eco había dejado un libro a punto de editar cuyo subtítulo es Crónica de una sociedad líquida, y que recoge sus últimas coloraciones en el diario L´Expresso. Como me quedan por leer varias novelas y ensayos del profesor, me entristece mucho su pérdida, pero me consuela poder descubrir nuevas interpretaciones de un mundo cada vez más complejo y que Umberto Eco estudió y describió con la pasión de lo que era: un sabio.