Asistir a una veintena de ediciones del Festival Internacional de Cine de San Sebastián no le acredita a uno como consumado experto o crítico cinematográfico de primer orden, válgame dios, pero sí haber tenido el privilegio de observar de cerca a actores, actrices y directores; ver películas buenas, regulares y malas o hacerse una idea del follón que supone montar un festival de la categoría del Zinemaldia donostiarra.
Entre 1987 y 2007 los periodistas que vivíamos y trabajábamos en San Sebastián esperábamos con impaciencia la llegada – siempre en septiembre- del festival de cine, entre otras cuestiones porque salvo excepciones, los días del certamen servían para sacudirnos un poco del axfisiante ambiente político cotidiano, tupido de bombas, secuestros y atentados que vivía el País Vasco en aquellos años de plomo y miseria moral.
La aparición de la alfombra roja en los aledaños del Teatro Victoria Eugenia y años más tarde en el Auditorio del Kursaal era la señal inequívoca de que todo estaba listo para comenzar.
El cine había sido uno de los referentes de la infancia y todavía recuerdo dónde y con quien vi Dumbo por vez primera; el miedo que pasé en la proyección del Frankenstein de James Whale o la impresión, siendo adolescente, que me produjo Psicosis de Alfred Hitchcock. Ahora podía ver, preguntar a actores y directores y vivir el ambiente de las salas de cine con su Sección Oficial, la dedicada a Nuevos Realizadores, las fabulosas Retrospectivas y otras cuantas más. Podías pasar el día entero viendo cine: el sueño de cualquier aficionado.
Carezco de una memoria prodigiosa, pero tengo grabadas a fuego varias imágenes de aquellos años. Admiraba el trabajo del actor alemán Klaus Kinski en Aguirre o la cólera de dios de Werner Herzog, o su papel protagonista en Fitzcarraldo. Kinski tenía fama de ser un ogro y lo aparentaba. Recuerdo los apuros de la azafata que le adjudicó el Festival en una cena- buffet en el Palacio de Miramar porque el actor, vestido con una estridente chaqueta de terciopelo color verde manzana, no estaba dispuesto a esperar para servirse la comida y la azafata pedía disculpas cada dos por tres para saltarse la cola y atender al teutón. No recuerdo haberlo visto cruzar palabra alguna con los invitados.Encantador,vamos.
Anthony Perkins, el inolvidable Norman Bates de Psicosis era lo opuesto a Kinski. Tímido pero afable, en la cena atendía a quien se le acercaba y con infinita paciencia se fotografía con quien se lo requería. Perkins recibía aquel año ( 1991) el Premio Donostia del festival en reconocimiento a toda su carrera. Murió un año más tarde víctima del SIDA.
Los secundarios
Siempre he tenido predilección por los actores de reparto, los secundarios que se decía antes. Para mí son admirables artistas como Peter Lorre, Ward Bond, Walter Huston, Agnes Moorehead, Elsa Lanchester, Walter Brennan (que obtuvo 3 Oscar en su carrera) o Ernest Borgnine. Hubiera pagado el sueldo de un mes por charlar diez minutos con cualquiera de ellos pero la mayoría llevaban muertos muchos años. Tan solo tuve a tiro a Borgnine el implacable ferroviario de El emperador del norte de Robert Aldrich, el mercenario de Grupo Salvaje de Sam Pekimpah o el oficial del ejército americano que apalea a Frank Sinatra en De aquí a la eternidad. Tras la rueda de prensa que ofreció en el festival le expresé mi admiración por sus papeles en las mencionadas películas y me contestó que de aquellos trabajos añoraba el ambiente de trabajo con sus compañeros de reparto y su juventud. Sin pedirlo, me arrancó la revista del festival que llevaba en la mano y estampó un autógrafo que conservo con cariño.
Bette Davis y Robert Mitchum
Diez candidaturas a los Oscar, dos estatuillas en su poder por Jezabel y Peligrosa y un puñado de clásicos hacen que Bette Davis figure con letras de oro en el Olimpo del celuloide. Pues bien, hete ahí que la protagonista de Eva al Desnudo, La Loba, La carta o de ¿Qué fue de Baby Jane? era la estrella invitada y recibiría el premio Donostia en la edición de 1989.
Bette Davis tenía 81 años, su salud era delicada y prácticamente no abandonó la suite del Hotel María Cristina durante de su estancia en San Sebastián. Día tras día intentábamos saber algo de lo que hacía la estrella pero tan sólo pudimos conocer que solicitaba constantemente del servicio de habitaciones: café y tabaco.
La rueda de prensa que ofreció Bette Davis fue multitudinaria y la ovación de los periodistas cuando apareció en la sala vestida de negro y tocada con un sombrero, memorable. Respondió a todas las preguntas incluidas las gilipolleces de los plumillas de las revistas de corazón. Una profesional.
Según supimos más tarde la estrella del cine negro de los 40 preparó con detalle su intervención en la gala del Premio Donostia que recibió de manos del actor Fernando Rey Todo, su vestuario, maquillaje y discurso lo ensayó en su habitación. La sala se vino abajo cuando subió el telón y vimos a Bette Davis cigarro en mano, dispuesta a su última interpretación: recibir el premio. Su frágil salud impidió que pudiera volver a su casa en Los Ángeles y murió en Francia pocos días después de su estancia en el Festival.
Cuando supe que Robert Mitchum pasearía su figura por el festival me lleve una alegría. Admiro al actor de Retorno al pasado, Con el llego el escándalo, La noche del cazador, El Dorado, Cara de ángel, El cabo del miedo y tantas otras. Es el antihéroe por excelencia y su biografía (Olvídame, cariño) muy recomendable, donde da cuenta entre otras historias de sus i detenciones por vagancia en la época de la gran depresión, arrestos por fumar marihuana siendo ya actor y unos cuantos líos de faldas a pesar su matrimonio de más de cuarenta años con su leal esposa.
A los periodistas nos interesaba saber las andanzas de Mitchum en San Sebastián y la organización le preparó tras su llegada una comida en el Restaurante Cámara de Pasajes, cuyos viveros de langostas, bogavantes y otros mariscos eran y son la envidia de cualquier gourmet. Acompañado por la viuda del director Willian A. Wellman a quien el festival dedicaba una retrospectiva y con quien Mitchum trabajó en un par de ocasiones, el actor dejó de una pieza a los responsables del establecimiento al solicitar chinchón y calamares, porque le recordaban a su estancia en España en los años 60 durante el rodaje de la película Villa Cabalga.
Tras la peculiar comida Robert Mitchun se enfrentó a los periodistas en rueda de prensa y claro estuvo un tanto parco, aunque con la lengua afilada, como de costumbre. Cuando le preguntaron que se sentía al ser una estrella de Hollywood, respondió que en el estudio donde trabajó muchos años ( Warner) la mayor estrella era un perro: Rin tín-tín. Cuestionado por las razones por las que hizo La noche del cazador, de Charles Laughton, una de sus mejores películas, respondió: «Charles me llamó y me dijo que tenía un guión sobre un auténtico hijo de puta, y como tenía que ganarme la vida, hice la película, y eso es todo».
Robert Mitchun recibió el premio Donostia entre los compases de una de las canciones que compuso y grabó en los años 50, Calypso y no pudo evitar emocionarse al recoger el galardón.
Otros cuantos más
Michael Caine, Al Pacino, Enma Thomson, Lana Turner, Angelica Huston, Mickey Rooney, Samuel Fuller, Josep L. Mankievick, Dennis Hopper, son algunos de los personajes del mundo del cine a quienes pude ver mucho más de cerca que la distancia que nos separa de la pantalla. Sin embargo siempre me quedé con pena de no poder haberle mostrado al director Billy Wilder mi devoción incondicional por sus películas, y comprobar como decía el actor Willian Holden que el autor de Con faldas y a lo loco tenía de lejos, la lengua más afilada de Hollywood. Pero esa es otra historia…