-¿Es chino,no?
-Nooo, es japonés -respondí.
Quien me hacía esta pregunta era un mozalbete, compañero de asiento en el Auditorio de Tenerife, nada más aparecer en escena el director Eiji Oue que al frente de la Orquesta Sinfónica de Tenerife se disponía a comenzar el concierto. Bajo el epígrafe » De Oriente a Occidente» el programa contemplaba obras de Leonard Bernstein, Jean Sibelius y Antonín Dvorák y para colmo la gran violinista Sarah Chang era la artista invitada. Para que el joven no me preguntara si la violinista era china le pasé el programa de mano para que echara un rápido vistazo.
El alegre y vivaz ritmo de la obertura de Candide, una de las piezas más celebradas de Leonard Bernstein puso a tono al público gracias a la vigorosa dirección de Oue -que fue discípulo del autor de West Side Story- y de la briosa interpretación de la orquesta. El público premio la interpretación con una ovación cerrada.
Con semejante aperitivo, la siguiente parte del programa prometía. La norteamericana Sarah Chang apareció en escena con tanta elegancia como manejó su violín, interpretando junto a la orquesta el Concierto en Re menor, op.47 de Jean Sibelius, una de las obras más reconocidas del autor finlandés. Chang juega en otra liga, algo así como la NBA de la interpretación y dejó constancia de su técnica y virtuosismo. Cinco veces tuvo que salir para agradecer a la audiencia los aplausos al término del concierto y no era para menos. Si el gran, Yehudi Menuhin la llamó «la más maravillosa, la más perfecta, la violinista más ideal que he escuchado», no íbamos a ser nosotros quien le lleváramos la contraria.
En el descanso mi compañero de asiento me explicó que era estudiante de violín en una escuela de música de la ciudad La Garrapatea, me dijo que muchos de sus compañeros asistían al concierto para escuchar a Sarah Chang. Me comentó que la interpretación de la violinista le pareció «una pasada», así que, una vez más, no tuve argumento para contradecirle.
Como colofón a la velada Eiji Oue dispuso a la Orquesta para interpretar la Sinfonía nº7 en Re menor, op. 70 del checo Antonín Dvorák, una obra muy compleja de ejecución para los músicos, pero que contaron con una dirección entusiasta y casi personal del maestro japonés.
Si calurosa fue la reacción del público al concluir el concierto, entusiasta fue la de los propios músicos con su director al culminar su trabajo. Pocas veces se da una comunión tan sincera entre director y miembros de la orquesta y el viernes quedó patente. Nosotros lo disfrutamos.